martes, 27 de noviembre de 2018

UNA VIEJA CANCIÓN DE AMOR

Hoy por hoy celebro la desdicha, las tormentas, el vacío y la soledad. Razones para festejar sobran si es que miramos detenidamente nuestro entorno.
Celebro, asimismo, el quiebre, la crisis, el punto de inflexión.

Ya decía un gran hombre que para ser completamente libre es necesario sacrificar todo, o al menos no tener miedo a perder nada.
Un gran hombre debe someterse a una crisis autoimpuesta, situarse en un lugar incómodo, y desde ahí construir lo que sigue.
Hoy por hoy me sacrifico a mí mismo. Enciendo las cerillas y me combustiono por la noble causa de la rotura.

Comenzar de cero es difícil. Eso lo saben bien los artistas y escritores, los que se enfrentan cada día a una página en blanco, la que se presenta como una cara absoluta o una puerta a cualquier sitio.
No es menos difícil enfrentarse a otra persona, y más si es que litigar con aquélla significa alejarse, tomar atajos y desvíos y otros rumbos y quemar los viejos puentes.

Una vez acometido este acto, una melodía entre los labios reconforta, al mismo tiempo que sumerge en un estado de trance. Un tarareo enciende el corazón, aunque lo alimenta en la nostalgia. Una canción de amor, al contrario de lo que parece, alegra de una forma subterránea. Pero oír una no es lo mismo que escribir una.

Escribir siempre es un acto de suicidio desesperado, y más si se trata de una canción de amor que resuena en la cabeza desde hace bastante. Nada es instantáneo, todo tiene su etapa de incubación y germinación, y las letras no son la excepción.
Podemos pasar el tiempo observando con atención los detalles, articulando lo que queremos decir, y el corpus toma forma en este lapso aunque luego emerja de forma agresiva e inesperada.

Una canción de amor, al igual que un poema, surge en el momento de la duda, el que llega siempre posterior a la debacle. Se piensa, se titubea, se hace un registro, un catastro sobre lo que queda en pie y lo que se ha demolido con bestial ahínco. Acto seguido se esbozan las miradas de reojo, los gestos involuntarios que nos develan, las medias vueltas que nos obligan a chequear el estado de las situación. Nunca se es completamente libre si una parte de uno se ha quemado y permanece, luego, como ceniza que se entrelaza con el cuerpo combustionado ajeno.

Por ello mismo se hace imperioso pedir disculpas, o al menos no dejar huellas en la llamarada ajena, hacer reverencias al camino transitado y besar la tierra que se ha dejado atrás.

En ocasiones una vieja canción de amor es la mejor forma de desviarse de los antiguos caminos y coger nuevos rumbos, de abrazar la tormenta y permanecer a la deriva. Un sonido familiar que suena a una última palabra de despedida.

Una clásica canción de Dylan decía "if you see her say hello". Luego de cruzar el puente y de quemar todos los portentos, no queda más que recurrir a las viejas canciones de amor para expresar y quemar los viejos sentimientos.

Por Daniel Santiesteban
Martes 27 de Noviembre de 2018