domingo, 10 de junio de 2018

LA ÚNICA REVOLUCIÓN

He de comenzar una revolución desde mi cama. No estoy dispuesto a dar un paso más antes de que algo se tuerza o caiga o resquebraje.

Toda revolución, por pequeña que ésta sea, se fecunda en el corazón. Luego vuela libre y ya no nos pertenece.  No queda más que mirar con nostalgia, y a lo lejos, el producto de esta vorágine.
De esta forma comienzan los grandes derrumbes, avalanchas, aludes y tormentas, con el aleteo de una mariposa. Y finalizan de forma similar, con un pequeño movimiento de brazo, o una caricia que más que nada es amor comprimido expuesto en un punto infinitesimal.

La única revolución real es el amor. Eso ya lo sabían nuestros padres y abuelos, los que iniciaron los verdaderos cambios, que las revoluciones no son culturales sino sentimentales y emocionales. Lo único capaz de torcernos y desestabilizarnos.

Una revolución comienza o con un toque o una mirada o una palabra bien dicha. Luego puede uno permanecer tranquilo observando como las ruedas giran en un movimiento perpetuo.

Toda revolución necesita de alguien más, de alguien que sea impulsado por la fuerza del primer arranque. Los efectos nos son ajenos, no nos pertenecen. Lo único nuestro es el primer impulso. Lo que sigue luego es sólo libertad.

Los hombres pasamos la vida intentando revolucionar el corazón de las mujeres, y ese, que es nuestro principal motivo, es nuestra principal condena.
Nos acercamos con temor e incredulidad, como quien se acerca a un tesoro. Entonces creemos que nos pertenece y olvidamos por completo su real naturaleza: que su valor no puede poseerse.

Deberíamos contentarnos con echar a andar los engranajes, con descubrir algo que se sabe único, y luego soltar amarras y comenzar nuevas revoluciones.
Bien sabían los griegos, y Hermes Trismegisto, que nada es estático, que todo se encuentra en constante movimiento. Pero dicho movimiento perpetuo no es per se, sino que comienza por el empuje de la voluntad.

Los hombres tememos al amor, pero las mujeres desconfían de un hombre enamorado. He ahí la razón de la discordancia eterna. Un hombre enamorado es un hombre torpe fuera de su centro. Un hombre enamorado ha iniciado una revolución en el centro de su universo, y desde ahí únicamente queda un movimiento centrífugo.

Deberán perdonar nuestras torpezas, nuestra falta de comprensión, pero girando a cien por hora no hay quien ate bien los cabos o no caiga por el efecto de su propia locura.

Toda revolución comienza con el alma bien situada en el centro del pecho. Lo que sigue es seguir girando a velocidades impensadas.
Toda revolución, como lo sabía bien John Lennon, comienza recostado sobre un lecho, justo en el momento siguiente en que dejamos de soñar.

Domingo 10 de Junio de 2018