sábado, 24 de marzo de 2018

UNA NOCHE FRÍA

He soñado contigo. He soñado con hombres dispuestos a hacerte daño, con animales violentos y con sombras abismales que lo cubrían todo. Con mares extensos y una mujer que me gritaba que debía correr y sumergirme y nadar bajo la superficie hasta dar con tu presencia, y desde luego con las sombras.

No sueño demasiado, pero cuando sueño significa cortarme la piel con una navaja para luego desfallecer en un sueño aún más profundo. Sin embargo, eso no es lo peor. Lo peor son los destellos que ingresan por la ventana durante la noche y que me desorientan. A veces creo que estoy en una habitación de Buenos Aires, con los pulmones llenos de una humedad flamígera, y una resaca en la cabeza que me impide pensar. Otras, que estoy en un trance post-operatorio en alguna clínica de Nevada, o en algún piso de Barcelona tanteando el ambiente y el ruido de las voces que llegan de lejos, desde alguna playa, o desde las esquinas. Pero los destellos son fugaces, y luego retorno a la oscuridad. No hay más remedio.

Aún de noche, y cuando espabilo, me dispongo a ponerme de pie, pero el peso de la nostalgia me lo impide. Entonces pienso en que la carga de la tristeza de cualquier hombre siempre es mayor a sus fuerzas, y en que la fuerza nunca es necesaria para ganar lucha alguna.

Y el amor no es una lucha, no es un enfrentamiento, es extenderse en paz hacia algún otro.

Y estoy desnudo en aquella habitación observando mi cuerpo que envejece, que se vuelve rígido y que hiede en muchas ocasiones, como hiede la vida real, aquella que se manifiesta por fuera y más allá de uno mismo.
Pero el cansancio ya se ha ido y ahora no queda más que ponerse de pie, espabilar el portento, y seguir con el tránsito de los días. Voy a por una ducha de agua fría. Pienso en que la oscuridad lo carcome todo, y en los sueños en donde las sombras son protagonistas. Pero luego estás tú, a lo lejos, y eres parte del panorama, de una montaña que delimita mi vista.
Salgo con el cuerpo frío y me planto frente a mi reflejo en el espejo. Soy yo y nadie más que yo quien dormita.
Me preparo e inhalo el aire que proviene del otoño presente.
No queda mucho tiempo. Si debo salir al exterior con el cuerpo desnudo, lo haré sin más dilación. Si debo estrellar mi puño contra el muro, soportaré el impacto. El resto son espejismos, proyecciones de ti que no tienen una existencia certera.

Pero habrá que quemar todo si las alucinaciones cobran cuerpo. Habrá que sacrificar lo puesto, lo transitado y lo construido, armarse de valor y extinguirse uno mismo. Habrá que rasgar las vestiduras, y quemar el hogar, para no desfallecer al momento de salir del interior de una imagen que más que una ilusión parece un sueño estancado.

Sábado 24 de Marzo de 2018
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