DESTINO
Cruzamos
el territorio de La Mancha en un Peugeot 500. Vamos camino de Madrid. Entonces
él me dice que suba el volumen de los alto-parlantes y que deje el volante en
completa libertad. Así lo hago, en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme. Se abren velas y se iza el destino. Isabel I de Castilla no reina;
somos los reyes del territorio. Cruzamos las manos y las almas y los labios con
dulce intención. Nada importa más que la impronta del amor. La suerte ya está
echada. El desenlace es el mismo para ambos. Nada temo. El camino se abre y
expande como molino de viento sobre la colina, a lo lejos y en completa
soledad. Hemos visto lo gigantesco e imperecedero de nuestro lazo, y nada menos
que en una solitaria carretera a mitad de La Mancha.
ESPERA
Es verano. La
espero, como siempre, sentado a la sombra de nuestro árbol. Antes de venir hasta aquí
no estuve muy lejos, en un café pensando en qué decir. Alzo las manos y le pido
a la gracia de Dios que ella asome pronto por la esquina de Merced. Los minutos pasan y
el corazón acelera al ritmo de las horas muertas. No resisto más: me pongo de
pie y camino hacia por donde debiera llegar. Una vez ahí, la veo venir a lo
lejos. Regreso donde estaba y hago como si nada. Ya junto a mí, me mira. Le
digo: te extrañé.
LA
TORRE
Con la cara
pegada al vidrio, la mujer abrió los ojos y observó la gran torre que se
levantaba justo enfrente de ella. Luego al hijo que cargaba en brazos. Tocó el
timbre, bajó del micro y caminó hasta la esquina donde vendía sopaipillas por aquél
entonces. Su retoño lloraba, así que sacó su pecho y le dio de mamar. Una vez
hecho esto, esperó al habitual cliente de las nueve. Al llegar él, ella dirigía
la vista hacia la cima de la torre. Entonces él dijo:
-No te
preocupes, que esa torre no es tan alta como parece.
MEMORIAS
Una vez finalizada la lectura, Tirma cerró
el libro y lo puso de vuelta en el estante. Miró a Davide, que era a quien había
decidido amar aquél invierno. Él, a su vez, miró el libro que ahora descansaba
en su lugar y le dijo a Tirma que la primera frase del texto que ella había
cogido, “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, era una
de sus preferidas. Tirma miró por última vez a Davide con los ojos bien abiertos
y llenos de desesperanza, y le dijo que era verdad, que aquel apartamento era un lugar de cuyos recuerdos no quería llevar consigo. Luego
fue hasta al dormitorio y cogió la valija. Miró por la ventana; llovía sin
clemencia. Caminó cabizbaja hasta el comedor y le dijo que se iba. Davide no
respondió. Tirma abrió la puerta con firmeza, bajó las escaleras del edificio y
salió a la calle. Una vez ahí, cogió un taxi. Cuando el taxista le preguntó que
a dónde quería ir, Tirma le dijo que muy lejos, que no deseaba estar en aquella
ciudad ni un segundo más.