martes, 7 de octubre de 2014

VIAS

Me rebelo en contra de las estupideces de los hombres y de los Dioses. En contra de los dichos de los déspotas y de los libertarios que coartan el derecho a la grandeza personal. Hay que mencionar, sin espacio para equívocos, que la grandeza personal hace grande a los unos y a los otros y a los externos y a todo cuanto se vea a través de los ojos de la grandeza pues la grandeza es una e infinita.
Me rebelo en contra de los actos en aguas subterráneas y en contra de la falsa llama de la vida. En contra del vacío desolador de las almas amantes; la suerte que corren los osados de la experiencia.
Me rebelo, pues no hay hombre que sea digno del nombre que no se haya rebelado en contra de sus miedos. En contra de su comodidad. En contra de sus santos.
Revelo que se han puesto a funcionar las máquinas imprecisas, los engranes de un mecanismo erróneo. Revelo, así mismo, la lucha por lo contrario, lo opuesto a lo indicado; el otro lado del espejo que es inversa y proporción y justeza en su medida misma.
Me rebelo pues alguien debe hacerlo y nadie tiene el coraje para pagar tan alto precio. Me rebelo, me muestro, a merced de la burla del destino. Será necesario sufrir accidentes permitidos, como el amor o escoger la vida a causa de los hechos inminentes.
De eso se carece. De una causa justa que justifique el pago preciso de todas las pérdidas. Se carece de revelación y de muestra; de fuerza y valentía.

Somos pobres y castellanos y hombres en un barco sin puerto. Yo, Santos y Nahuel. Hombres tristes bajo la implacable lluvia de Buenos Aires, que es, sin lugar a dudas, la misma lluvia que cae sobre Puerto Madryn y sobre las cabezas de las Madres de Plaza de Mayo. Lluvia de distintos hombres pero de un mismo destino.
Hombres dubitativos, como el anticuario de San Telmo que transita sin decidir cómo deber ser el aspecto de las cosas que envejecen.
Santos y Nahuel, que van desde Longchamps hasta Constitución en un tren que siente el remordimiento de las miles de pisadas transitadas. Yo por mi parte, me revelo sentado junto a la ventana de un bodegón, al ritmo de las comparsas y risas de los contiguos. Me revelo pues alguien debe mirar y gritar y correr como corre la verdad, con el peso de los hechos en las botas.

Cerca de casa de Nahuel hay un aljibe que no encuentra su propio fondo. Las personas arrojan ahí las cosas que desean olvidar. Hace un par de años, una chica saltó hacia su interior. Estaba la mar de triste, dijeron sus cercanos. Eso la volvió loca, agregaron; no podía recordar cómo era sentirse amada por un chico que ya no estaba presente. Fue un caso muy difundido en los medios de comunicación. Nunca terminaron de preguntarse, los periodistas, cómo hace alguien para olvidar algo así, y qué fue lo que realmente la había impulsado, si la caída previa o el vuelo de un corazón que deseaba caer en picada hacia lo profundo. Preguntas y respuestas sin sentido.

Me rebelo, entonces, ante esto y ante la incredulidad.
Nada escapa, ni por un segundo, al juicio de los actos. Nadie escapa al golpe fatal de una caída sin opciones.

Santos mira su mujer y le dice que las despedidas no deben extenderse. Luego toma el tren y se dirige al bar donde bebe los lunes por la tarde. Mientras tanto una gran raja se abre en el cielorraso de su casa. En los cimientos también. Su mujer está al tanto de todas las causas, de todas las consecuencias. La lluvia se cuela e inunda gran parte de lo resguardado. El especialista les ha dicho que deben cambiarse de hogar; reparar es imposible y nuevas tormentas se avecinan. No hay energía ni paciencia para nuevas construcciones, para nuevos dormitorios. Entonces se miran, beben un té y esperan a que deje de precipitar.

Ante esto hay poco que pueda hacerse. Pero ante el hecho de lo injusto, me rebelo, hago las cuentas y golpeo con fuerza los muros. Es necesario que se escuche, que se haga lo que debe hacerse y que el ruido que todo lo puebla sea acallado. Voces no faltan, y menos convicción.
Debo ponerme de pie y exigir, sin más ni más, que cambie el sentido de nuestras motivaciones, pues para cruzadas que sólo se justifican por la ostentación de la marcha no hay lugar.

No cesa de llover  y al final de la vía hay un sujeto que lee el destino en el fondo del café. Nos ha dicho que ve tres manchas diferentes. No hemos sabido a que se refiere.