sábado, 20 de septiembre de 2014

PANTALLAS

Éste es el asunto: 
Estoy en un bar. Es un bar estupendo, con bombillas de colores que cuelgan de una mampara. Sobre un muro el dibujo de una chica que dice: I´m hot. La gente mira con obsesión las pantallas; nunca jamás el dibujo de una chica sobre un muro que dice: I´m hot. La de plasma; el televisor aferrado a la pared. La del portátil. Un proyector que da a conocer los resultados deportivos y los rostros de las estrellas de rock destruidos por el exceso. Un ordenador que mezcla, sin mucho éxito, las canciones que salen por los alto-parlantes. He bebido un whisky, y por supuesto, voy a por otro más.
Ten dos vicios o no tengas ninguno, me dijo un amigo en una oportunidad. Le dije: basta de perder el tiempo, vamos a golpear algunos corazones. El corazón muerto es el corazón de los vigías; hay que despertarlos.
       
El bartender era un americano que deseaba clavarse a todas las chicas que se atrevían a asomarse solas al bar. Nunca jamás clavó algo importante o algo duradero. Era un tipo tórrido, con dedos pegajosos, barba de chivo y estúpidas facciones. Daba la sensación de que se bañaba cada tres o cuatro días; olía espantoso, como la mierda más asquerosa que un culo cagó alguna vez.
Intentó levantarse a mi chica: una bella americana. Era el momento preciso para pegarle un par de puñetazos en su feo rostro. Es más, siempre había querido hacerlo. Por supuesto que no lo he hecho y he seguido con lo mío como si nada, pues no hay hombre que muestre inseguridad que no termine último en el podio de los héroes caídos.
       
Nadie observa, ni por asomo, el corazón de las mujeres que tienen por delante. Es cosa de sentarse y mirar, sin mucho asombro, como los hombres quiebran el espíritu de éstas al estar inmersos en pantallas que los trasladan lejos de lo importante.
No se trata de chapar, ni de coger. Se trata de conectar, lo demás aparece en el camino, viene con el tiempo. La imagen nunca ha sido clara.
Es un poco más de lo mismo. Nada cambia demasiado en el transcurso de los días. Ni en el transcurso de una vida.
       
Una chica se acerca y me pregunta que por qué te quiero tanto. Le respondo que no sé la razón, y que tampoco es importante que la sepa. Estoy condenado; intento vivir por sobre las posibilidades. Al parecer mi respuesta no ha hecho otra cosa que encantarle. Las mujeres siempre se enamoran de chicos que profesan el amor por otras mujeres, y que tienen la cabeza perdida en otros universos, en otros síntomas, en otros cuerpos. En otras historias.
¿Que cuál es tu imagen? La imagen de lo inmediato, el cuerpo que no necesita de mí ni de mis tontas palabras. Olvidé, de cierta forma, como era tu resto. Reconozco el acento, pero no el ritmo de tus labios. Identifico la geometría de contadas cosas. Soy un eficiente inexperto.
Me dice con el rostro visiblemente iluminado que debe sentirse muy bien ser amada de esa forma. Lo desconozco. Sé poco y anda sobre éstas cosas. Sé que amar es siempre doloroso. Sé que las palabras mismas son dañinas en su efecto inmediato. Y a la larga.
Dejaste el veneno y te fuiste y luego no te hiciste cargo del cadáver. Sólo quedó el dolor de la sacudida, el dolor de un par de incisivos entrando en la carne viva.

Un cigarrillo. La pena es acumulable, como basura bajo la alfombra. Las canciones también se amontonan. Y los recuerdos. He decidido prescindir de ellos, como quien prescinde de algo mortalmente necesario.
Leo una novela sobre un tipo que vende pastillas que exterminan la memoria, así mismo como se exterminan las ecuaciones escritas sobre un pizarrón para luego dar lugar a ecuaciones diferentes. Nuevas fórmulas para comprender el mismo acertijo.
Ojalá pudiera asesinar la memoria como quien asesina cerdos en el matadero, en serie y sin el menor respeto. Cambiar el tape y no sentir la urgencia de rebobinar.
Estoy triste porque ha muerto Gustavo. Rodeados de muerte. Y de vida. La muerte del hermano, la muerte de padre, la muerte de madre, la muerte del motivo, la muerte del honor y la muerte de las buenas intenciones. La muerte de Gustavo. Rodeados de vida. Todos suficientemente estúpidos como para no percatarse.
La memoria es el verdadero castigo, no el extravió de los recuerdos.
Esperaba que tu muerte no llegase jamás; aún lo espero. Me sentí triste cuando me dijiste que estabas enferma. Por un momento creí desfallecer. Por suerte nada sucedió. No podría soportar sorpresa tal. Así mismo, no podría dejar que nada que me conecte contigo se vaya, ni el más miserable de los desahucios. Ni la más clara de las desesperanzas.

Entonces la chica parece querer besarme, pero estoy demasiado ocupado en mis asuntos como para encargarme de tal responsabilidad. En mi cabeza no hay espacio para otra bala incrustada. Ni resistencias. Por supuesto se ofende, y está en lo correcto. Ninguna chica debiera ser rechazada cuando ofrece, con la más honesta de las intenciones, un beso. Ningún corazón debiera ser mutilado si el cuerpo aún resiste el embate de las pulsaciones. El alma siempre deja la carne una vez ya se da por sentado el asunto.
Otra carretera no tomada y a lo que sigue.

        Es un bar estupendo, pero nada terminar de convencer. Ni el color estridente de las luces ni la posibilidad incierta de que alguien, por única vez, proceda de forma correcta. Ni las chicas que visten pequeñas faldas y pequeñas pulseras y pequeños zapatos y pequeñas almas y pequeños corazones. Ni todas las razones que puedan levantarse para excusarse de los hechos.

Los rostros continúan desfilando en las pantallas. Tú, por supuesto, no apareces en ninguna, y doy gracias a Dios por ello. Doy gracias por la suerte y la muerte premeditada. Doy gracias porque eres ninguna y todas al mismo tiempo, y porque aún soy lo suficientemente listo como para no buscarte en lo inmediato.