PANTALLAS
Éste es el asunto:
Estoy en un bar. Es un bar estupendo, con bombillas de
colores que cuelgan de una mampara. Sobre un muro el dibujo de una chica que
dice: I´m hot. La gente mira con obsesión las pantallas; nunca jamás el dibujo
de una chica sobre un muro que dice: I´m hot. La de plasma; el televisor
aferrado a la pared. La del portátil. Un proyector que da a conocer los
resultados deportivos y los rostros de las estrellas de rock destruidos por el
exceso. Un ordenador que mezcla, sin mucho éxito, las canciones que salen por
los alto-parlantes. He bebido un whisky, y por supuesto, voy a por otro más.
Ten dos vicios o no tengas ninguno, me dijo un amigo en una
oportunidad. Le dije: basta de perder el tiempo, vamos a golpear algunos
corazones. El corazón muerto es el corazón de los vigías; hay que despertarlos.
El bartender era un americano que deseaba clavarse a todas
las chicas que se atrevían a asomarse solas al bar. Nunca jamás clavó algo
importante o algo duradero. Era un tipo tórrido, con dedos pegajosos, barba de
chivo y estúpidas facciones. Daba la sensación de que se bañaba cada tres o
cuatro días; olía espantoso, como la mierda más asquerosa que un culo cagó
alguna vez.
Intentó levantarse a mi chica: una bella americana. Era el
momento preciso para pegarle un par de puñetazos en su feo rostro. Es más,
siempre había querido hacerlo. Por supuesto que no lo he hecho y he seguido con
lo mío como si nada, pues no hay hombre que muestre inseguridad que no termine
último en el podio de los héroes caídos.
Nadie observa, ni por asomo, el corazón de las mujeres que
tienen por delante. Es cosa de sentarse y mirar, sin mucho asombro, como los
hombres quiebran el espíritu de éstas al estar inmersos en pantallas que los trasladan
lejos de lo importante.
No se trata de chapar, ni de coger. Se trata de conectar,
lo demás aparece en el camino, viene con el tiempo. La imagen nunca ha sido
clara.
Es un poco más de lo mismo. Nada cambia demasiado en el
transcurso de los días. Ni en el transcurso de una vida.
Una chica se acerca y me pregunta que por qué te quiero
tanto. Le respondo que no sé la razón, y que tampoco es importante que la sepa.
Estoy condenado; intento vivir por sobre las posibilidades. Al parecer mi
respuesta no ha hecho otra cosa que encantarle. Las mujeres siempre se enamoran
de chicos que profesan el amor por otras mujeres, y que tienen la cabeza
perdida en otros universos, en otros síntomas, en otros cuerpos. En otras
historias.
¿Que cuál es tu imagen? La imagen de lo inmediato, el
cuerpo que no necesita de mí ni de mis tontas palabras. Olvidé, de cierta
forma, como era tu resto. Reconozco el acento, pero no el ritmo de tus labios.
Identifico la geometría de contadas cosas. Soy un eficiente inexperto.
Me dice con el rostro visiblemente iluminado que debe
sentirse muy bien ser amada de esa forma. Lo desconozco. Sé poco y anda sobre
éstas cosas. Sé que amar es siempre doloroso. Sé que las palabras mismas son
dañinas en su efecto inmediato. Y a la larga.
Dejaste el veneno y te fuiste y luego no te hiciste cargo
del cadáver. Sólo quedó el dolor de la sacudida, el dolor de un par de
incisivos entrando en la carne viva.
Un cigarrillo. La pena es acumulable, como basura bajo la
alfombra. Las canciones también se amontonan. Y los recuerdos. He decidido
prescindir de ellos, como quien prescinde de algo mortalmente necesario.
Leo una novela sobre un tipo que vende pastillas que
exterminan la memoria, así mismo como se exterminan las ecuaciones escritas
sobre un pizarrón para luego dar lugar a ecuaciones diferentes. Nuevas
fórmulas para comprender el mismo acertijo.
Ojalá pudiera asesinar la memoria como quien asesina cerdos
en el matadero, en serie y sin el menor respeto. Cambiar el tape y no sentir la
urgencia de rebobinar.
Estoy triste porque ha muerto Gustavo. Rodeados de muerte.
Y de vida. La muerte del hermano, la muerte de padre, la muerte de madre, la
muerte del motivo, la muerte del honor y la muerte de las buenas intenciones.
La muerte de Gustavo. Rodeados de vida. Todos suficientemente estúpidos como
para no percatarse.
La memoria es el verdadero castigo, no el extravió de los
recuerdos.
Esperaba que tu muerte no llegase jamás; aún lo espero. Me
sentí triste cuando me dijiste que estabas enferma. Por un momento creí
desfallecer. Por suerte nada sucedió. No podría soportar sorpresa tal. Así
mismo, no podría dejar que nada que me conecte contigo se vaya, ni el más
miserable de los desahucios. Ni la más clara de las desesperanzas.
Entonces la chica parece querer besarme, pero estoy
demasiado ocupado en mis asuntos como para encargarme de tal responsabilidad.
En mi cabeza no hay espacio para otra bala incrustada. Ni resistencias. Por
supuesto se ofende, y está en lo correcto. Ninguna chica debiera ser rechazada
cuando ofrece, con la más honesta de las intenciones, un beso. Ningún corazón
debiera ser mutilado si el cuerpo aún resiste el embate de las pulsaciones. El
alma siempre deja la carne una vez ya se da por sentado el asunto.
Otra carretera no tomada y a lo que sigue.
Es un bar estupendo, pero nada
terminar de convencer. Ni el color estridente de las luces ni la posibilidad
incierta de que alguien, por única vez, proceda de forma correcta. Ni las
chicas que visten pequeñas faldas y pequeñas pulseras y pequeños zapatos y
pequeñas almas y pequeños corazones. Ni todas las razones que puedan
levantarse para excusarse de los hechos.
Los rostros continúan desfilando en las pantallas. Tú, por
supuesto, no apareces en ninguna, y doy gracias a Dios por ello. Doy gracias
por la suerte y la muerte premeditada. Doy gracias porque eres ninguna y todas
al mismo tiempo, y porque aún soy lo suficientemente listo como para no
buscarte en lo inmediato.