jueves, 20 de junio de 2013

LA COSA NO ES TAN GRAVE

No exageremos con esto de los encuentros casuales, o no pongamos el borde del sable en cabezas que no merecen ser cortadas. No exageremos con el dilema de nuestra situación, como si la vida dependiese de una partida de fútbol o del número de tatuajes que somos capaces de dibujar en el corazón del torso. Tampoco olvidemos prender fuego a nuestras melodramáticas razones, incluidos los dioses que acompañan el centenar nocturno; algo de las deidades debe quemarse siempre junto al lecho de las prácticas pasadas. Y no exageremos pues para eso están los que exageran con alevosía construyendo una vida no tan insignificante a los ojos de los menos importantes. Y esto lo he visto salir desde bocas de cuestionada experiencia, desde bocas de chicas que besan mejor que articulan ideas, pero ¿quién diablos soy yo para medir el grado de aceptabilidad de los labios de una chica? Algunas respuestas salen a la palestra.

Un amigo acaba diciéndome que los culpables son los psicólogos. No acabo de terminar de entender a que se refiere. Me dice que hay más remedios que males, más medicamentos que enfermos terminales y siempre más médicos que pacientes a tratar. Pues ahora parece que veinte de cada uno de los ciudadanos de una ciudad como Buenos Aires construyen fantasmas en la psiquis, mapas mentales a ningún sitio. Para tapar los agujeros están los días olvidados y los largos viajes por la costanera, los trenes de larga distancia y el café junto a la desconocida en un café de caballito.
Los médicos están antes que las enfermedades - replica -, y antes de los diagnostas fuimos hombres alegres en una taberna, ahora somos únicamente alcohólicos identificados.
Es asombroso cómo podría tocar el hombro de cualquiera que caminase por la carretera y encontrarme cara a cara con un despoblado del alma. Y realmente no importa si terminas cogiendo con aquella en la escalera del edificio de apartamentos, pues siempre, y a continuación, siguen lágrimas y rechazos, palabras de satisfacción y falsos antídotos.
Pues no exageremos tampoco con esto de las almas gemelas; la chica Alemana ha perdido la mitad de su
alma en una apuesta de poca monta. Y no exageremos en el sentido de nuestro caminar, como si se tratase de avanzar sin pronóstico y sin descanso aparente. Y no exageremos con esto de ser buenos pues debe hacerse daño de vez en cuando (con el dolor de nuestras almas), y no exageremos con eso de hacer daño pues debe quererse de vez en cuando al mismo tiempo que se acallan las voces del miedo.
Lo siguiente sería preguntarse qué diablos hacen cuando la histeria y la exageración se hace parte de un panorama tanto matutino como nocturno.  

La necesidad de creer en que cada movimiento es fundamental, o cada jugada importante dentro del cúmulo de situaciones, es lo que termina situando a  las cabezas en el sitial de una guillotina accionada por nuestras propias extremidades. No debemos tomar demasiado en serio las reglas y la pérdida de una pieza; podemos jugar con un peón menos y hasta ganar con un deficiente número de factores.
¿Cuántas chicas vimos en las orillas de los ríos que exageraban el amor hacia un hombre, y cuántos hombres en el borde de las tabernas que exageraban el deseo para con una mujer?¿Cuantos artistas en los mausoleos de lo muerto que creian estar desentrañando el alma humana, y cuántos arquitectos en la seguridad de su construcción que aseguraban a pie juntillas estar edificando un nuevo mundo? Si se ha de seguir por la ruta bajemos las revoluciones y detengámonos a observar el pleno prado del entorno; no exageremos el espacio que nos toca pues nunca hubo una zancada de más de metro y medio.

En estos días todos se quejan y todos esbozan un grito de molestia. Todos exageran el malestar de su vida, como si alguien les hubiese prometido la simpleza de la geometría o la sana intención de las palabras. Y no exageremos con esto de nuestra maldita condición, o de nuestra suerte contraproducente, y no aminoremos, tampoco, lo que debe hacerse o lo que debe mencionarse; no escalemos la verdadera grandeza o la sagrada pequeñez de todo lo genuino.

Finalmente no exageremos con la carga que se nos ha impuesto, pues al final terminamos pensando en que las valijas pesan más de lo que realmente pesan y comenzamos a tirar los anclajes por las ventanas en vez de salir por la puerta principal, sin nada bajo el brazo, a cerciorarnos de que todo sigue en su lugar, como los días anteriores.

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