jueves, 14 de marzo de 2013

 ILUSION DE PALABRA

A nadie parece molestarle que se levanten ilusiones en cada rincón de nuestras vidas, que se haya pasado por el culo de Dios lo poco que nos quedaba de contacto con la realidad, y que seamos lo que pretendemos ser cuando debiéramos ser lo que somos y hemos sido siempre por debajo de las ilusiones, sin espejos ni lagunas en el desierto, aunque no haya pruebas suficientes de que ser sea el camino correcto que nos aleje de la dictadura de lo iluso.
Con respecto a esto las posibilidades están en nuestra contra y determinan el siguiente paso. Tarde o temprano cogemos el camino fácil, la posibilidad a mano tendida, agarrando el puntiagudo cuchillo que guardamos celosamente en el bolsillo y que empuñamos cada vez que se trata de defender el terreno que las convincentes ilusiones han ganado en nuestras vidas. Y nos alegramos de vivir en el espejismo, en la ilusión que está por delante de los ojos, cuando el vivir siempre está agitándose por detrás de los muros estoicos de nuestra conciencia. El enemigo siempre es la quietud, pues el espejismo permanece siempre y cuando el espectador no se mueva de su lugar de espectador. Por esa razón los tiempo actuales se han encargado de convertir (y en esto me incluyo) al ciudadano común en un mero espectador que posando el culo cómodamente sobre los sitiales ya plenamente moldeados a su silueta mira impávido el show de variedades.
Buscando entre las posibilidades alguna que otra ilusión idonea para el sustituto se hace muy posible errarle a algo real. Hallar lo que sea que se nos presente es la posibilidad cercana, y simular el estadio de algo prodigioso el último paso sobre una pasarela accidentada. Y no consta en ningún sitio que sepamos diferenciar lo que es real de su mera proyección (de esto ya se ha reflexionado majaderamente, y qué más decir sobre las sombras de Platón), pero algo bueno de las ilusiones es que al mero tacto se difuminan y vuelven al sitio impreciso desde donde salieron, un sitio que comúnmente se halla en la necesidad de crear el espejismo. Por eso el terror a la cercanía, el miedo a palpar la ilusión; el derrumbe de lo que siempre ha simulado ser la única realidad sería el suicidio para muchos incrédulos.

Y sobre la ilusión de vida no sólo se esbozan ilusiones nuevas, sino además ilusiones viejas que ya han revelado el truco de los espejismos. Las chicas que mueven el culo en un night club te dan la ilusión de levante, y qué clase de compañía es aquella que sólo te permite ver sus tetas y que no te permite tocar sus almas. Y sobre la ilusión de la amistad se construyen puentes que no conducen a sitio alguno, pues a pesar de las miles de palabras intercambiadas en zonzas conversaciones pocas voces son escuchadas, y pocas guerras dignas de luchar salen a la palestra. Y que decir sobre la ilusión de la democracia y sobre la peor ilusión de todas, la ilusión de la libertad. En realidad ya se asemeja a un gran cuarto de muros lejanos donde hay suficiente espacio para cagar y  llorar en cantidades similares, pero jamás ventanas y lucarnas que permitan, valga la redundancia, la ilusión de un escape necesario. Y el problema es que la ilusión sobre la ilusión no construye la realidad, sino el vaho maloliente de lo que permanece entre los espejos del estatuto cotidiano.
Entonces se han olvidado los olores y el tacto, y creemos en las fotografías más que en el hedor de la muerte que se nos presenta. Y más en los tweets que en las cartas que se escriben a mano alzada y en habitaciones pequeñas, como el hogar de Kafka, y el diminuto espacio en el mundo otorgado en su tiempo a Céline.
Y qué decir sobre la ilusión del amor, que al final de cuentas es la demagogia que nos autoimponemos, el medio por el cual convencemos a nuestros corazones de seguir latiendo al ritmo equivocado. Y cuántas personas han muerto por creer en las causas erradas del amor ilusorio; hasta las acciones más nobles pueden estar erradas si se cometen por las razones equivocadas. La ilusión de todo amor es la caída precipitada hacia los abismos, y lástima que el amor honesto es aquél que nunca puede ser develado, por lo tanto nunca es ilusión, únicamente inspiración oculta.
Y la ilusión de los detalles. Y la ilusión de nuestro intelecto. Y la ilusión de los días que trascienden a la noches. La ilusión de una vida que avanza. La ilusión de ir comprendiendo y de ser cada día mejores. La ilusión de las pancartas que velan por las causas justas. La ilusión de compañía. La ilusión de soledad. Ilusión de vida y de sentido. Y sobre la ilusión de éxito que nos hace creer que la realidad del éxito se manifiesta en entidades materiales cuando el éxito real no es cuantificable y, siendo optimista al respecto, ni siquiera ya existente. Ilusión del querer e ilusión de poseer. Ilusión de literatura e ilusión de palabra.

Lo penoso radica en saber que si se derrumban los muros ilusorios realmente no queda mucho tras el colapsado límite, como tras bambalinas no hay demasiado por ver al izar la escenografía que ha cobijado todas las coreografías.

Abordar las alturas es esperanza e ilusion de viaje de redención. Y en el bello rostro de una chica que tiene el buen tacto de  presentarnos la ilusión de su estadía, o representar el juego del afecto que siempre es un placebo altamente eficaz, descargamos el último cartucho de nuestras ilusiones. Apostamos sobre las aceras a que los rascacielos iluminarán el cielo y a que a la vuelta de la esquina se nos presentará la siguiente serie, el siguiente juego de efectos, el siguiente suicidio y el siguiente nivel. Pero la gente es ilusión, y la ilusión de gente es ilusión. Quizá por esa razón bebemos y anestesiamos el organismo (y no sólo el organismo personal, sino también el organismo social), para alejar de nuestra conciencia una ilusión razonada y reemplazar aquella por un borroso recuerdo que, se sabe, es ilusión de olvido.

Es preferible vivir honestamente miserable que ilusoriamente feliz.

Daniel Santiesteban
Jueves 14 de Marzo de 2013