jueves, 28 de febrero de 2013



EL CIRCULO DE PALERMO

Retomando la historia de un viejo amigo que olvidó en Palermo, el barrio de Buenos Aires, no la ciudad Siciliana, sobre la mesa de una pequeña cafetería un libro sobre la historia narrada de los círculos, objeto que por lo demás no creí existente en aquél momento pero que encontré vagamente interesante si así lo hubiese sido, y que posteriormente regresó, mi amigo, no el libro, a por él, y que desde luego no lo encontró, llego al mito de los círculos, al mito del eterno retorno y a la materia constructiva de la cárcel social. Se me vino a la cabeza la idea de los retornos necesarios a por cosas que no creemos importantes en algún momento, pero que luego pasan a valorarse por el simple hecho de su extravío. Así que pensé en los círculos y la inserción de estos en nuestra cotidianidad. Extrañamente llegué a pensar en que el retorno del amor no se menciona en los cafetines donde abundan estos objetos extraviados, únicamente retorna, a esas maderas de cafeína entrañable, gente con rostro de tristeza bajo las fauces y que espera retomar las historias pospuestas.

Nunca jamás llegarás a un sitio distinto, y mucho menos al mismo punto de partida; los círculos son, más bien. espirales de eterno retorno. Qué suerte fastidiosa tienen los hijos de los ciclos, donde todo, de alguna u otra forma, es repetible de manera sutilmente diferente. El apuesto Suizo se lo hacía saber a Sebastían en aquella embajada Española en Suiza. -Esto del amor es hasta cierta forma repetible - decía el rubio acompañante. - Citas, regalos, caricias. Todo reproducible una y otra vez como los malditos días que suceden a las noches. Ya sólo habla de amor.
Lo mismo sucede en sitios distantes. Aquí los Suizos no te hablan en las embajadas, pero la verdad es que no frecuento embajadas muy a menudo.

Entonces estás girando en temporadas de oscuridad, anunciaba una chica de bella apertura. Si los círculos te atrapan estás jodido, estás en medio de una pelea de perros. Y aquella pelea no incumbe ni al más espartano de los gladiadores. Entonces se trata de apartar la mirada hacia algo que promete avanzar, hacia las muecas de los niños que nunca son similares en virtud a las pasadas sonrisas de los niños que ya fueron. O en su defecto, al siempre estimulante andar de una hermosa mujer que no se toma el trabajo de aparentar algo que no es. Qué descollante el retroceder y avanzar en retroceso, como un rock and roll mal ejecutado, y vivir en las líneas de los círculos que uno mismo ha construido.
Caminando de cabeza, lejos, en otras perspectivas, rotando en carriles que llevan a los transeúntes desde un cómodo lugar a ningún sitio cerca de su centro. Los relojes giran en torno a un punto, sobre un mecanismo, sin un sentido muy claro. Esto ya se menciona en historias en donde, finalmente, se retorna a los comienzos.
Qué se gana y qué se pierde organizando el pasado y el futuro en una misma línea lógica, en un mismo plano, cuando lo natural es que arriba y abajo se diferencien como la realidad de la ficción; dos lugares cercanos, casi complementarios, que, sin contacto, se mantienen en continua lucha. Así también el cielo y los avernos.

Pues, ¿Qué nos queda sin los malditos bucles? ¿Que horrible espectáculo será el seguir fuera del ciclo, con los pies por delante y la propia ruta silvestre? Pues nada muy distinto será, nada más que la sana sensación de alivio a nuestras mentes acostumbradas a seguir la variante del imposible centrífugo. Nada muy diferente.
Puede ser que se ensanchen las grandes avenidas, o que se rasguen los cielos, que comience el requiem y la carrera frenética hacia perdición. Puede ser que ya no tengamos los mismos sitios donde poder fumar o esconder nuestras falencias, pero la verdad es que las alas siempre despliegan sobre las espaldas de los caídos del cielo. Y ya no se trata de huir de la escena del crimen con pistola en mano y con el bolso de nuestra conciencia sobre el brazo manco, pues el cielo es la escena de todos los crímenes y, sin lugar a discusiones, volvemos al génesis de todos los pecados.
Retornamos a los círculos, o los círculos atañen a nuestra memoria, y que memoria más frágil que la que nos recuerda el fin necesario de todas las cosas. Ni los tatuajes permanecen en su sitio más del tiempo necesario ni el corazón el tiempo esperado en un lugar preciso. Entonces no nos queda más que apartarnos del camino y esperar, aunque sea por un segundo, a que los círculos cierren, y que lo que permanece gravitando en el centro se deslice, con cautela e intensidad, hacia las afueras de dicho círculo.

Aquél libro sobre la historia de los círculos era una simple excusa incomprendida, pues mi amigo, aquél angustiado por la perdida de lo que hasta ese momento era su centro desvariado, retorna y encuentra en el cafetín, no el libro, sino a una preciosa chica extraviada en su propia lectura de romance tormentoso. Un extravío lo hizo salir de su círculo habitual, cambiar el siempre aburrido y conocido deambular de la repetición del loop y salir por un breve lapso a las extensiones del mundo.
Pues si los accidentes nos hacen romper la sana circunferencia de nuestra rutina, deberíamos causar el accidente y dejar de sentir miedo por lo próximo conocido.
Quizá los libros nos señalen el camino hacia un círculo distinto al círculo de Palermo.

Daniel Santiesteban
Jueves 28 de Febrero de 2013