lunes, 28 de diciembre de 2020

UNA IMAGEN DE VERANO

Hoy por hoy, Dafne corre y salta y grita a todo pulmón que nadie la callará jamás. Pero sus palabras no son coherentes. Pasa gran parte del día observando el cielo, en las noches estivales de Río de Janeiro, mientras camina por Copacabana. 

Gran parte de su caminar, más no su correr, es oscilante. Yo, en cambio, voy en línea recta, siempre observando el horizonte con las manos bien puestas en los bolsillos, tatareando una canción de The Rolling Stones. 

Yo no pienso en nada, sólo en Dafne, que ocupa gran parte del espacio de mi cabeza, orbitando como un satélite, o más bien como un Sol, una Gigante Azul que lo traga todo. Efectivamente, lo traga todo, desde mi alma hasta mis pelotas. 

Dafne ama el sexo. Cuando monta se tuerce y salta como si buscara una explosión interna, una erupción enigmática que sin dudas logra  a la perfección. Yo, por mi parte, la observo mientras su rostro se configura contraído en un solo punto carnal. 

Cuando explota sobre mi pene, vibra a mil por horas para luego desplomarse hacia atrás. Acto seguido, tiene por costumbre encender un cigarrillo y hacer volutas de humo, las que observa hasta que se deshacen a unos cuantos centímetros de su boca. 

Pero esta noche Dafne se halla en la orilla del mar. Eleva los brazos y sonríe a pesar de la tristeza. Su sonrisa es infinitamente melancólica. Es verano y la luna le ilumina el rostro. Yo la miro sentado desde lejos.   

Por Daniel Santiesteban
Lunes 28 de diciembre de 2020