viernes, 28 de marzo de 2014

NO ES CUESTION DE SUERTE

Hablemos en serio.

Poco o nada tiene que ver la suerte en todo este asunto. Bien aprendido tienen los niños que cuando se ríe, poco importan los golpes y las caídas y la hasta la perdida de un diente; han de saber, en su precoz sabiduría, estos seres más que inteligentes, que una nueva rama siempre ha de crecer en un árbol que mantiene firme la envergadura de su tronco. Poco o nada nos enseñan, o más bien, nos enseñan los factores equivocados. A merced de una pregunta real hemos puesto cara de idiotas y hemos expresado que hay asuntos que es mejor no discutir, como si de una gran religión beligerante se tratase.
Lo digo porque en más de alguna ocasión he visto no disentir al hombre común, derrotado y asfixiado en su propio charco de mierda. Sin ir más lejos, una camarera le pregunta a un sujeto en un bar del barrio Bellavista que por qué no ha bebido su cerveza. El sujeto responde que no tiene ánimos para beber, que la ha pedido únicamente para compartir lo no vivido con lo no presente. Como si beber dependiera de nuestro estado anímico. No resulta lo mismo echarse a morir por el amor perdido que perder el amor por morir ante lo hecho. Hay quienes prefieren lavarse las manos, y hay quienes no exageran en pedir disculpas y en expresar las sentidas condolencias; el diablo, de por sí, tiene en mente la salida más oportuna. Sería mejor escupir al suelo, y a lo que sigue. Es asunto primordial que se comprenda que existen razones que la razón no entiende, y territorios que la suerte no tiene por crédito. Es importante saber, en este punto, que siempre se erra si se baja la mirada en el momento preciso de ser verdugo del cuerpo ajeno. Un hombre poco distinto al resto sabe que el jardín del vecino siempre suele ser más verde que el jardín de la casa propia, así mismo, sabe que el jardín propio es más acogedor y cercano. Por otro lado, lo propio es también lo diferente.
Mi suerte no ha sido demasiado distinta. Mi esfuerzos han sido, de por sí, extenuantes. He llegado hasta plaza Italia abriéndome paso por una Alameda más que convulsionada. Aunque buscara en la misma banqueta del parque forestal lo perdido, no encontrar algo no sería cuestión de mala suerte; nada permanece por mucho tiempo en el mismo sitio. No es aventurero pensar que si arrojase, en numerosas ocasiones, la misma moneda al aire, en algún momento las cuentas estarían divididas; no existen más opciones que las que la naturaleza de las cosas nos ofrece. Aunque Roberto Baggio se esmere en culpar a la suerte de su penal perdido, un balón siempre pega donde debe pegar, y eso ya lo saben casi todos los árbitros; nadie debe intentar convencernos de lo contrario.
Poniendo sobre el borde de la mesa el asunto de la suerte, pienso en cuantas batallas perdidas se escudan tras el estandarte de lo "imposible de prever". No es cuestión de suerte vaticinar el futuro si se tiene claro el ángulo con que se toma el instrumento.
Por televisión una reportera pregunta a un transeúnte qué espera de la inflación y del aumento de precios. El hombre responde que, con un poco de suerte, puede que llegue a fin de mes con su miserable salario o, en su defecto, que gane la lotería. No es cuestión de suerte, ni tampoco cuestión de fe, que Dios decida escuchar nuestras plegarias. Dios tiene cosas más importantes en que pensar y mejores sitios donde apuntar el culo y cagarse; de eso no quepa la menor duda. Más bien se trata de gritar fuerte y claro, sin dejar espacio a malentendidos.
No es bueno intentar explicar el fracaso, inclusive la victoria, bajo los principios de la suerte. Sería mejor culpar a nuestras cansadas extremidades o a nuestro desfallecimiento; ¡hacernos cargo de algo, por el amor de Dios!, y por amor al propio orgullo.
Bien sabría la gente que un hombre desesperado es capaz de jugarse la vida en una mala apuesta. Confiado se interpela a la divina providencia. El amor enfrentado es siempre el único amor existente. Poco se entiende, o poco quiere entenderse, que bajo un diferente prisma puede que sea precisamente lo contrario.
A fin de cuentas, no se pierde ni se gana nada pensando a medias o yendo al tuntún, sólo se deja de lado lo importante, que vendría siendo el acto de voluntad sin la suerte como mecanismo.