jueves, 31 de enero de 2013

LA CULPA DE TODO

La culpa de todo la tienen las frases que permanecen estancadas en los avisos publicitarios de los grandes edificios. Si no malgastáramos la velocidad de nuestras interacciones nuestros cuellos no permanecerían por más del tiempo necesario erguidos en dirección a las coordenadas imprecisas del anuncio. Y si de encontrar culpables se habla los noticieros deberían mencionar que los obituarios y los avisos clasificados acarrean la mayor parte de las muertes que deben presentarse en público. 
En un bar de la calle Constitución una chica ebria vomita sobre sus calzados finos. El problema es que nadie desea beber sus propio contenido, pero nos parece graciosa la idea de que otros nos muestren el espectáculo dantesco de la condición de nuestros días. Por alguna extraña razón en Santiago nadie se mira a los ojos. La culpa la tienen los SMS y el whatapp que hacen que nuestras cabezas bajen de sintonía en un rezo apocalíptico sin proclamas. Y es que todos desean con fervor que el viaje llegue a buen término, o por lo menos que les sirvan una copa de champagne para, así, amortiguar el peso de las valijas.

El asunto es que ser moderno es ya estar en la vanguardia, en la primera línea de la infanteria, y sobre esto el mayor porcentaje de los héroes no sabe absolutamente nada. La vista hacia los exteriores fue y siempre ha sido el regocijo de la gran mayoría; el viaje hacia las cavernas interiores es el espacio predilecto de los mitológicos sacrificados. Pues es sencillo mirar hacia las alturas en busca de aviones que nos faciliten la imagen, el sueño de viajar a costosas costas; la dificultad radica en emprender el viaje que se nos presenta en los espacios del espíritu.

La culpa de que nadie se mire a los ojos la tienen las fotografías que inundan cada rincón de nuestras vidas. Tal vez si cargáramos una pequeña libreta y dibujásemos el rostro de la chica a la cual queremos ver otra belleza se nos presentaría. 
E insisto en que ser moderno es siempre querer estar a la vanguardia, el primero en aparecer en los concursos por tv. Deberían tomarse las cosas con más calma, las copas con más lentitud, respirar y mirar los ojos del presente acompañante. Ser el primero casi nunca es lo mejor cuando la condena es la guillotina social. 

Hagamos como el gran romántico que permanece en el estado impreciso de su corazón, abrazando el momento exacto en que todo ha cambiado. 
Sólo debieras sentarte en un mesa sin mirar en dirección hacia los grandes anuncios publicitarios, exhalar lentamente el humo  neutro de un pastoso cigarrillo, enunciar un par de garabatos y perderte en las piernas absolutas de las extrañas siluetas transeúntes. Quizá el paso de las horas te hará tomar con más honestidad el sabor de las miradas.

Daniel Santiesteban
Jueves 31 de Enero de 2013